En un intestino grueso
con mucha vida interior
fue donde ocurrió la leyenda
de esta tragedia de amor.
Una bella Pseudomona
paseaba coquetamente
por la esquina más bonita
de ese colón ascendente.
Su cabellera ciliar
con los vientos al pasar
le movía ameboidea
la membrana celular.
Tanta belleza y lujuria
mostraba ella en su andar
que llegaba a paralizar
el tránsito intestinal.
Como uvas florecidas
sus vacuolas prominentes
apasionaban a todos los microbios
machos en el intestino presentes.
Los muchachos en la esquina,
como siempre estacionados,
¡¡Ay!!, qué mona, le gritaban
todos muy embobados.
De entre ellos el más guapo
sin timidez y a lo loco
se le acercó murmurando:
"A mí, me llaman el Coco".
No era un Strepto cualquiera
era un Estafilococo
que dorado y positivo
la enamoró poco a poco.
Y estaban tan emocionados
con el romántico encuentro
que en la esquina del sigmoides
le propuso casamiento.
“Nunca inmune a tus encantos
virulento está mi amor
y mis ácidos nucleicos
retorcidos están por vos”.
“Si dejas que recombine
mis plásmidos con los tuyos
nuestros nobles cromosomas
van a crecer mucho”
La iglesia fue un divertículo
y pa´ adornar el altar,
los microbios esparcieron
mucha flora intestinal.
Cortejo nupcial nutrido
entre amigos y parientes
virus, hongos y bacterias
de colonias muy pudientes.
Garrafas de glucosa
fueron medios de cultivo,
el vino, como es alcohol
tuvo que quedar prohibido.
Comensales y parásitos
con vaso en alto brindaban
por los novios que en simbiosis
muy pronto se duplicaban.
De fiesta, los microbios
con movimientos brownianos
zapateaban Jota
agarrados de las manos.
La rítmica peristalsis
se convirtió en un cólico muy fuerte
y de pronto la pista de baile
estalló estrepitosamente.
En medio del gran revuelo
la pareja se escapó
y entre gritos y alaridos
un jaleo se armó.
Miles de glóbulos blancos
enseguida se esparcieron
para restaurar el orden
que los festejos rompieron.
Mucha cefalosporina
de nuevas generaciones
atacaron las bacterias
causándoles indigestiones.
Linfocitos T
a 4 – 5, hasta siete
liquidaron por ponerse
justo enfrente.
Anticuerpos agresivos
por el lomo repartieron
garrotes de complemento
y los microbios se fueron.
Tardaron casi tres días
limpiando todos los destrozos
los macrófagos poco a poco
fagocitando bacilos y cocos.
Cuando todo estuvo en calma
como era de menester
los últimos monocitos
gritaron: “Viva Pasteur”.
Y así quedó en la leyenda
de este amor tan bonito
una sabia moraleja:
“Nunca te cases sin vino”.
Autor: Arturo R. Rolla, MDHarvard Medical SchoolBoston, MA USA.
4 comentarios:
Ja ja ja ja...
Entre tú y yo, JColo, en serio que pensaba que lo de las gallinas era algo puntual (lo de los derivados ergóticos). Pero ya veo que no.
ESTÁS FATAAALL!!!
Ya me contarás...
ABRAZOFUERTE, AMIGO.
Queque
Jajajajaja, este Colo esta hecho un artista!!! q crack
Muy bueno, si señor...
Colo!!!como profesor...un 10,como persona un 11... pero como poeta... no tienes precio!!!!
MUY BUENA!!!
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